martes, 25 de mayo de 2010

El redescubrimiento del grupo social
La conceptualizaclón contemporánea del grupo psicológico
Desde el punto de vista de la psicología social contemporánea, ¿qué es un grupo social? ¿Cómo se conceptualiza en la actualidad la relación entre el IndMduo y el grupo? Existe un acuerdo notable acerca de las características principales de la formación del grupo (p.ej.: CARTWRIGHT y ZANDER, 1968; SHAw, 1976, págs. 6-12; TURNER y GILES, 1981a, págs. 3-7). Pueden resumirse mediante los conceptos de “identidad”, “interdependencia” y “estructura social”. El criterio de identidad (o perceptivo cognitivo) consiste en que los Individuos tienen cierta conciencia colectiva de sí mismos como entidad social diferenciada; tienden a percibirse y definirse como grupo, a compartir cierta identidad común (p.ej., TMFEL y TURNER, 1986).

El criterio de estructura social (p.ej., SHERIF, 1967) consiste en que las relaciones entre los miembros, con el tiempo tienden a estabilizarse, organizarse y regularse mediante el desarrollo de un sistema de diferencias de roles y categorías y de normas y valores compartidos que prescriben ¡as creencias, actitudes y conducta en cuestiones relevantes para el grupo.

El criterio de interdependencia consiste en que los miembros deben ser de algún modo Interdependientes de forma positiva. También existe un acuerdo razonable acerca de que la interdependencia constituye el pyoceso teóricamente importante, o sea, subyacente y causal, en la formación del grupo. CARTwRIGHT y ZANDER (1968), por ejemplo, revisan las definiciones teóricas de grupo en su autorizado texto y concluyen que el elemento común es alguna forma de interdependencia. Definen el grupo como ‘un conjunto de personas Interdependientes” (p. 48). Entre los teóricos Influyentes que consideran la Interdependencia de algún tipo como criterio primario de la formación del grupo se encuentran: AScH (1952), DAVIS, LAUGHLIN y KOMORITA (1976), DEUTSCH (1949a, 1949b, 1973), FESTINGER (1950, 1954), HOMANS (1961), LEwIN (1948), L0TT y Lon (1965), PRuIrr y KIMMEL (1977), HORWITZ y RABBIE (1982), SIAw (1976), SHERIF (1936, 1967), THIBAUT y KELLEY (1959) y ZANDER (1979). Se han señalado algunos tipos distintos de interdependencia.

Por ejemplo, en el capítulo anterior vimos que SHERIF, LEWIN y ASCH insistían en que los miembros del grupo eran interdependientes en el sentido de que formaban una “unidad funcional’ o ‘sistema dinámico’ o compartían un “campo psicológico mutuo”, mientras McDouG.it se refiere a la importancia de la influencia o interacción recíprocas entre los procesos mentales de los individuos, y todos los teóricos dan por sentado el papel fundamental de la influencia mutua entre los miembros para constituir las emociones, actitudes y acciones colectivas. En los últimos años se ha hecho hincapié en las formas de interdependencia relacionadas, o supuestamente relacionadas, con la satisfacción de las necesidades de los Individuos o, lo que es Igual desde el punto de vista teórico, el logro de resultados recompensantes, o sea, la interdependencia motivacional. Con la expresión de Interdependencia motivacional aludimos a la Idea de que las acciones y las características de los otros pertinentes para la satisfacción de las necesidades propias están relacionadas desde un punto de vista funcional, mediante la estructura de la situación con las propias acciones y características propias que son relevantes para las necesidades de los otros. Así, por una parte, las personas pueden cooperar para conseguir algún objetivo de otro modo Inalcanzable; por otra, puede que se asocien sólo porque encuentran mutuamente reforzante la compañía de los demás. Las formas más importantes de interdependencia estudiadas desde los primeros teóricos han llegado a representar una teoría implícita de la pertenencia al grupo, que puede resumirse del siguiente modo. Se supone que la interdependencia motivacional (funcional, objetiva) entre las personas, para la mutua satisfacción de sus necesidades (logro de objetivos cooperativos, validación de creencias, valores y actitudes, consecución de premios, realización satisfactoria de tareas, etc.) hace surgir, más o menos directamente (en el caso positivo), la Interdependencia social y psicológica en forma de Interacción social cooperativa y/o afiliativa, Influencia interpersonal mutua y atracción mutua o “cohesividad de grupo”. Traduciéndolo a otras palabras, se supone que las personas tienen necesidades individuales (motivos, objetivos, impulsos, deseos, etc.), de las que, al menos algunas, quizá la mayoría, son satisfechas, de modo directo o indirecto, por otras personas (p.ej., las personas que tienen la necesidad de dominar encontrarán recompensante la compañía de otras de personalidad sumisa, o las personas que buscan el cambio social se asociarán en organizaciones políticas porque pueden pensar que sólo la acción de masas organizada puede dar lugar a ese resultado apetecido); que donde las personas perciben, creen o esperan lograr satisfacciones mutuas a partir de su asociación, tenderán a unirse de forma solidaria, a desarrollar actitudes Interpersonales positivas y a influir en las actitudes y comportamiento de los demás sobre la base de su capacidad para satisfacer las necesidades de información y de recompensa de cada uno de los otros de distintas maneras. En la medida en que esto se produce, tenemos un grupo. El concepto de cohesividad de grupo está relacionado de manera muy directa con la teoría de la interdependencia. Ha sido definido de diversas maneras con diferentes connotaciones: como la propiedad del grupo que describe las fuerzas psicológicas que mantienen la pertenencia de las personas al grupo (CARTWFUGHT, 1968; ZANDER, 1979), el índice del grado de interdependencia entre los miembros (LEWIN, 1948), el cemento o pegamento psicológico que hace que las personas permanezcan juntas en el grupo (GOLEMBIEWSKI, 1962, pág. 149), o, de modo más popular, como el grado de atracción hacia el grupo o entre los miembros del grupo (p.ej., FESTINGER, 1950; FEST1NGER, SCHACHTER y BAcK, 1950). Con posterioridad, ha sido equiparado a la atracción Interpersonal (Lorr y Loi’T, 1965). Tiende a suponerse que la atracción hacia los otros se basa en la operación de un principio de “satisfacción de necesidades o de reforzamiento (en efecto, reforzamiento, recompensa u otro resultado positivo es cualquier acontecimiento estimular que satisface una necesidad o reduce algún estado Impulsivo motivante): se considera, a modo de hipótesis, que la simpatía mutua entre las personas refleja la medida en que los resultados positivos, gratificantes o recompensantes están asociados, de modo directo o indirecto, con la permanencia en compañía de los otros. Asimismo, y también en calidad de hipótesis, se piensa que la cohesión del grupo incrementa el grado de Interacción, cooperación e influencia social entre los miembros (SHAw, 1976). Por tanto, el concepto engloba la propiedad esencial de la pertenencia al grupo desde la perspectiva de la interdependencia —el grado en el que la satisfacción mutua de las necesidades de los individuos lleva a su transformación en grupo psicológico.

Los conocidos estudios de campo sobre el conflicto intergrupal de SHERIF y sus colaboradores (SHERIF, 1967) muestran cómo es posible considerar la identidad compartida y la organización intragrupal corno aspectos de la pertenencia al grupo que evolucionan como fenómenos derivados de la interdependencia social entre los miembros y proporcionan excelentes Ilustraciones de la transición hipotética desde las relaciones entre personas orientadas a un objetivo hasta su constitución como grupo cohesivo.
Estos estudios comprendían tres experimentos de campo, llevados a cabo en 1949, 1953 y 1954, que duraron aproximadamente tres semanas cada uno y se efectuaron en distintos lugares de los Estados Unidos. Los participantes eran muchachos de raza blanca, de edades comprendidas entre 11 y 12 años, de clase media, convencidos de que participaban en un campamento de verano normal. De hecho, los jefes del campamento eran los investigadores y las actividades del campamento estaban organizadas como manipulaciones experimentales para comprobar hipótesis sobre la formación de los grupos y sobre el conflicto intergrupal. Los estudios se desarrollaron a través de cuatro etapas básicas (pero sólo en el último estudio se llegó a la etapa final).

En la primera fase, las actividades del campamento y el plan de vida estaban organizados del modo habitual en los campamentos, desarrollándose las amistades interpersonales normales entre los niños de forma espontánea. En la segunda fase, los niños fueron divididos en dos grupos, alojándose en dormitorios diferentes y llevando a cabo actividades distintas (p.ej., acampadas, cocina, seno de un grupo se estudió como una relación entre personas aisladas, y se dio por supuesto que las relaciones intragrupales no eran diferentes de las relaciones Interpersonales, es decir, no se trazaba la distinción entre relaciones sociales condicionadas por las características únicas de los Interactuantes (esto es lo que da a entender el término interpersonales’) y relaciones que se basan en pertenencias grupales compartidas.

Este proceso de ‘individualización’ del concepto de interdependencia parece estar asociado con la revisión de su significado, desde la idea de ‘unidad funcional’ entre los miembros, hasta la de dependencia mutua para la satisfacción de necesidades, a medida que los investigadores trataban de lograr un análisis causal más sistemático de la pertenencia al grupo y de sus procesos. Por tanto, en muchos aspectos, puede considerarse parte del flujo y reflujo normales del progreso científico, un subproducto de lo que, en sí mismo, constituía un avance Importante. La revisión del significa. do se hace patente incluso en la obra de SHERIF, por ejemplo, a pesar de su firme adhesión a la metateoría interaccionista de que los individuos cambian psicológicamente en los grupos: en su libro de 1936, las ‘relaciones funcionales’ entre los miembros del grupo indicaban con claridad la emergencia de ‘propiedades del conjunto’, la cualidad de la interrelaclón de los miembros de un campo dinámico; en su teoría del conflicto Intergwpal, sin embargo, el peso de la explicación recae en (a noción de las relaciones funcionales como conflictos de intereses u objetivos superordenados, la idea de que las actitudes intergrupales siguen a las relaciones intergrupales (EHRLICH, 1973; TURNER, 1981b), sin que el primer significado desempeñe ningún papel teórico directo. ¿Por qué la perspectiva de la satisfacción mutua de las necesidades ha de ser ‘individualizadora?

Quizá porque comienza con las necesidades de las personas como ‘datos’ e Implica, por tanto, que se trata de propiedades individuales, lo que las convierte en instigadoras de la acción social, anteriores a la vida colectiva y más importante que ella, mientras en las primeras formulaciones el individuo y el grupo constituían una unidad indisoluble.

Hay numerosos ejemplos de análisis de los procesos de grupo como relaciones interpersonales. Así, la relación interpersonal par excellence, la díada o pareja, ha sido considerada como un análogo teórico perfectamente adecuado del grupo (THBAUT y KELLEY, 1959). La propiedad grupal de La cohesMdad quedaba reducida en la práctica y, por tanto, en la teoría, a la atracción lnterpersonal (Lorr y Lon, 1965), dejando, de hecho, de existir como campo independiente, siendo desplazada por ésta. Lorr y LorT (1965) afirmaban con toda seriedad que la atracción hacia el grupo no es más que (de nuevo, el argumento del ‘no más que’ de ALI..PORT) la simpatía por los individuos específicos que lo componen y que la idea de la atracción hacia el grupo como un todo no tiene sentido. La cooperación y el conflicto intergrupales, desde los estudios de SHERIF y sus colaboradores, han sido investigados en primer término como relaciones Interpersonales o diádicas (BILLIGI 1976; STEPHENSON, 1981) en juegos experimentales como el Dilema del prisionero’ (véase la Tabla 2.1) — por no hablar de las explicaciones del racismo, del etnocentrismo y del fascismo desde la psicopatología individual y los prejuicios (véase TURNER y GILES, 1981 a) — y el principal modelo teórico se ha plasmado en términos de autointerés personal (EISER, 1978).

Gran cantidad de hechos —muchos de los cuales se expondrán más adelante— ponen de manifiesto que las teorías de la influencia social se han caracterizado por el Individualismo (véanse Moscovlci, 1976; REICHER, 1982; TURNER y OAKES, 1986; WETHERELL, 1983; WETHERELL, TURNER y H0GG, 1985), pero esto se ilustra quizá de manera más sencilla por supuesto implícito de que las normas sociales se forman al promediar las posiciones lndMduales cuando los miembros intercambian sus respectivos repertorios informativos, privados e independientes.

Se da por supuesto que el grupo como un todo, que la norma social, es exactamente la suma de sus partes, las opiniones individuales de los miembros — no hay ganancia ni pérdida de sabiduría colectiva, ni se acepta en modo alguno que la conformidad con la norma del grupo sea más que un proceso de exclusiva convergencia interpersonal. Por esta razón, se da por supuesto, por definición, que el fenómeno de la polarización del grupo (véase Capftulo IV y VII) es inexplicable en términos de influencia intragrupal normal.

El resultado de esta tendencia consiste en que, al menos en la práctica, la psicología social moderna se muestra de acuerdo con ALLPORT en el sentido de que el grupo es un concepto superfluo.

Puede ser útil en el nivel descriptivo para resumir determinados tipos de relaciones y como unidad de análisis social, pero, desde el punto de vista teórico, en relación con la determinación de Los procesos psicológicos, lo que afrima el consenso dominante es que, el concepto no añade nada a la explicación de la conducta. El ‘grupoTM es el producto de las relaciones y procesos interpersonales, sin más, o, de modo más preciso, lo mismo que las relaciones relativamente estables de cooperación interpersonal, atracción e Influencia entre las personas. Por tanto, no puede sorprender descubrir un declive gradual del interés por los procesos de grupo en la psicología social dominante durante los últimos veinte años o más y el crecimiento concomitante del individualismo (véase la excelente revisión y discusión de PEPITONE, 1981; asimismo, CARTWRIGHT, 1979; SAMPSON, 1977, 1981; STEINER, 1974; TAJFEL, 1981a, 1981b). Este declive es el desarrollo inevitable y natural de la teoría dominnte del grupo.

La realidad psicológica del grupo ¿La anterior conclusión es válida, desde el punto de vista empírico? ¿La conducta social puede explicarse de forma satisfactoria en términos de procesos individuales e interpersonales? ¿Los datos extraídos de la investigación apoyan la idea de que el grupo es un concepto teóricamente superfluo, una expresión de las relaciones interpersonales positivas basadas en la interdependencia entre los Individuos para la satisfacción de sus necesidades? Una respuesta completa a estas preguntas equivaldría casi a una revisión de toda la psicología social. Por nuestra parte, nos centraremos en algunos desarrollos recientes de Investigación pertinentes para los procesos de grupo: la formación y cohesión del grupo, la cooperación social y la Influencia social.

La categorización social y la formación del grupo Lorr y Lorr (1965) equiparan la cohesMdad, y, por tanto, de manera Implícita, la formación del grupo, con el desarrollo de la atracción interpersonal mutua. Las pruebas al respecto nunca han sido determinantes (p.ej. : CARTWRIGHT, 1968, p. 95; SHERIF, 1967, pp. 74-75; TURNER, 1984), y la mayor parte de los datos aportados por LOTT y L0TT son equívocos, en este sentido, al dar por supuesto, desde los puntos de vista teórico y metateórico, que se refieren a la pura atracción interpersonal. Disponemos ahora de un conjunto de Investigaciones que parecen refutar, más o menos directamente, esta hipótesis.

En los estudios originales, TAJFEL, FLAMENTI BIWG y BUNDY (1971; TAJFEL, 1970) no se ocuparon de manera directa de la formación del grupo, sino de las condiciones mínimas de la discriminación intergrupal. Diseñaron una situación experimental que Indufa una relación endogrupo-exogrupo de una forma tan aséptica y (en apariencia) vacía de significación psicológica que no se esperaba discriminación alguna. Se trataba de añadir variables, de manera acumulativa, para observar en qué momento se producía el favoritismo endogrupal (TAJFEL, 1978, pp. 10-1 1).
La línea base se definió mediante la manipulación de la categorización social (pertenencia endogrupal-exogrupal) per se, dividiendo o clasificando a los sujetos en dos grupos distintos y controlando todas las variables que determinan normalmente la cohesión intragrupal o las actitudes lntergrupales. Los sujetos (escolares) se repartieron en grupos sobre la base de un criterio ad hoc, trivial a todas luces, y, de hecho, al azar (y, en los estudios más recientes, al azar de forma manifiesta: p.ej. : BILLIG y TAJFEL, 1973; LOCKSLEY, ORTIZ y HEPBURN, 1980; TuRNER, SACHDEV y H0GG, 1983); no existía Interacción ni contacto social entre o en el Interior de los grupos, nl conflictos de intereses, hostilidad previa ni relaciones entre los intereses propios de los miembros y la pertenencia al grupo, nl cualquier otra forma de interdependencia funcional en el seno de los grupos o entre los mismos, y la pertenencia a los grupos era anónima, o sea, los individuos sabían a qué grupo pertenecían personalmente, pero ignoraban la afiliación de los demás.

Los sujetos creían que su asignación a los grupos se había hecho por simple conveniencia administrativa. Su cometido consistía en tomar decisiones (de manera privada) acerca de la concesión de premios en metálico a parejas anónimas, identificadas sólo por su pertenencia a un grupo y un número de código personal.

Estos denominados agrupamientos”, por tanto, eran sólo perceptivos o cognitivos a categorización social puede definirse como la representación cognitiva de la división social en grupos) y se refieren, pues, a grupos mínimos. El resultado inesperado consistió en que, Incluso en este escenario fuertemente controlado, los sujetos discriminaban a favor de los miembros del endogrupo y en contra de los miembros de otros grupos (haciéndolo de un modo
Por otra parte, ya que no necesaria, ¿la atracción interpersonal es, al menos, suficiente para la formación del grupo? Es una compleja cuestión que trataremos al presentar la teoría de la categorización del yo.

En fin, está la cuestión que era y sigue siendo de interés inmediato para TAJFEL y cols. (1971) y otros preocupados en primer término por las implicaciones que tienen los datos sobre el conflicto Intergrupal —acerca de por qué la formación del grupo ha de conducir a conducta discriminatoria y no a otro tipo de conducta intergrupal; por qué, al actuar como miembros del grupo, los sujetos manifiestan un sesgo endogrupal, al parecer de forma espontánea.

En la última década y media se han hecho grandes esfuerzos teóricos y empíricos para solucionar este problema. De un modo u otro, sehan elaborado y comprobado diversas hipótesis, p.ej.. las “características de la demanda” o el “efecto del experimentador (es decir, que, de hecho, los datos son artefactuales), una norma ‘genérica” (universal) de sesgo endogrupo-exogrupo que orienta el comportamiento en los escenarios adecuados, la tendencia al “equilibrio cognitivo”, según el cual el Individuo favorece a las unidades sociales a las que pertenece, desindMduación un proceso de categorización que lleva a la diferenciación cognitiva de los miembros del endorupo y del exogrupo y la tendencia a buscar ‘distintividad positiva’ para aquellos grupos que definen la propia identidad social.

No necesitamos duplicar aquí los argumentos y el material presentados en la bibliografía, de la que existen revisiones detalladas. Baste decir que la hipótesis aquí contemplada, y el análisis que conduce en último término a la teoría de este libro, es la de la teoría de la identidad social de TAJFEL y TURNER (1979,1986).

Esta teoría define la “Identidad social” como aquellos aspectos del concepto del yo de un individuo basados en su pertenencia a grupos o categorías sociales junto con sus correlatos psicológicos emocionales, evaluativos y de otro tipo, p.ej., el yo definido como varón. europeo, londinense, etc. Da por supuesto que las personas están motivadas para evaluarse a si mismas de forma positiva y, en la medida en que se definen desde una determinada pertenencia a un grupo, estarán motivadas para evaluar de manera positiva ese grupo, es decir, las personas tratan de conseguir una identidad social positiva. Es más, como los grupos se evalúan en comparación con otros grupos, la identidad social positiva requiere que el grupo propio sea distinto, en sentido favorable, o esté positivamente diferenciado de los grupos con los que pudiera compararse. Por tanto, las hipótesis básicas son: (1) que las personas están motivadas para establecer una distinción, valorada de modo positivo, entre los grupos con los que se identifican y los exogrupos relevantes, y (2) que, cuando la Identidad social, basada en la pertenencia a un grupo, es Insatisfactoria, los miembros de éste tratarán de abandonar el grupo (en sentido psicológico o en realidad) para unirse a otro que se distinga de manera más positiva y/o para hacer que su grupo se diferencie más positivamente. Otras hipótesis especifican las diversas formas en que los individuos alcanzan distintividad endogrupal positiva y las condiciones en las que pueden intentarse.

Una derivación importante de la teoría consiste en que la competición (en busca de la distintividad mutua) puede desarrollarse entre los grupos cuando no existen conflictos de intereses. SI se aplica al paradigma del grupo mínimo, la teoría interpreta la discriminación de grupo como un caso de “competición social” (TURNER, 1975): los sujetos se definen y evalúan a sí mismos sólo en relación con las categorías sociales impuestas, comparan el endogrupo con el exogrupo sobre las únicas dimensiones de valor disponibles (dinero, “puntos”, escalas de evaluación) y tratan de lograr la distintividad positiva de su propio grupo otorgándole más dinero o favoreciéndolo
de otras formas. Existen pruebas sugerentes, en este sentido, de que la discriminación intergrupal eleva la autoestima de los miembros del grupo (LEMYRE y SMITH, 1985; OAKES y TURNER, 1980; cfr. WAGNER, LAMPEN y SYLLWASSCHY, 1986).

Conviene señalar, para evitar confusión sobre los puntos citados, que la teoría no dice que las personas tengan siempre una Identidad social positiva — esto es rotundamente falso (véase TURNER, 1980)— sIno que, en determinadas condiciones, la Identidad social negativa es, desde el punto de vista psicológico, aversiva y motivadora (una simple analogía consiste en que la falta de comida es motivadora en alto grado, pero no implica que las personas dejen de estar hambrientas o que, a veces, no mueran de hambre). Asimismo, no afirma que las personas discriminen siempre a favor de los grupos propios frente a los otros nl que exista una correlación positiva sencilla entre la Identidad social positiva y el favoritismo endogrupal -lo que supondría confundir el análisis de los procesos básicos con un conjunto de generalizaciones empíricas descriptivas (en relación con esta distinción, véanse SCHLENKER, 1974, y TURNER, 1981a), porque la discriminación en contra del exogrupo no constituye, de ningún modo, la única forma de conseguir una Identidad social positiva y se pronostica sólo en determinadas condiciones específicas.
La cooperación social y la búsqueda del propio interés individual La Investigación sobre los juegos de ‘motivo mixto” y, en especial, el ‘Juego del Dilema del Prisionero’ (JDP) es el más perlinente en relación con esta cuestión. La investigación contrasta directamente la hipótesis de que la interdependencia positiva para la maximización del propio Interés conduce a la cooperación. COLMAN (1982), DAvis y cols. (1976), DAWES (1980), EISER (1978, 1980) y PRuIrr y KMMEL (1977) presentan revisiones al respecto. En cada ensayo del JDP (véase Tabla 2.1), cada uno de los dos jugadores hace una elección ‘cooperativa’ o ‘competitiva’ (se emplea esta terminología para simplificar; las elecciones conductuales tienen a veces otros significados psicológicos; véase PRUITT y KIMMEL, 1977) y reciben premios o recompensas de acuerdo con el patrón de elecciones resultante. La matriz de premios o recompensas relaciona resultados específicos con patrones específicos de elección, es decir, define la interdependencia objetiva de los jugadores de acuerdo con la estructura de recompensas de la situación.

La fascinación del JDP consiste en que Incluye el conflicto entre la competición individual y la cooperación conjunta. La estructura de recompensa es tal que, desde la perspectiva de cada jugador individual (actuando de forma independiente, como si se encontrase aislado), la elección competitiva debe preferirse siempre a la cooperativa (en términos del máximo beneficio propio), pero, desde la perspectiva de ambos jugadores, la cooperación debe preferirse a la competición entre ellos. Dicho de otro modo: si ambos jugadores tratan de maximizar sus beneficios individuales, con independencia del otro, mediante la competición, saldrán peor parados que si ambos cooperasen. La estructura objetiva de recompensas de la situación, en efecto, es tal que los jugadores son positivamente interdependientes: la cooperación conjunta constituye la estrategia racional, desde el punto de vista colectivo, tanto en principio como en la práctica (la investigación demuestra que la cooperación conjunta constituye la estrategia que hace que el juego espontáneo optimice en la práctica las ganancias individuales de los jugadores; véanse OSKAMP, 1971; WILSON, 1971).

Por esta razón, los teóricos de juegos predijeron en un principio
que en el juego se conseguiría la cooperación conjunta con relativa rapidez (COLEMAN, 1982). EISER (1978, p. 151) señala que el presupuesto básico que subyace a este conjunto de investigaciones era que los individuos tenderían a cooperar cuando fuese en su propio beneficio. En realidad, esta predicción quedó pronto invalidada.

El descubrimiento más sorprendente surgido del JDP consistió en la notable ausencia de cooperación de las personas (EISER, 1980, p. 201); se estimó que, en promedIo, sólo un 30% de las respuestas eran de tipo cooperativo. RAPOPORT y CHAMMAH (1965) descubrieron que, tras 300 ensayos, las elecciones cooperativas se elevaban hasta un 60% del total, aproximadamente. Incluso este último incremento sólo se da en circunstancias en que los jugadores rio pertenezcan a grupos diferentes (WILSON, 1971), y, en cualquier caso. no parece un logro Impresionante alcanzar un 60% de cooperación después de 300 ensayos de un juego sencillo,

Tabla 2.1.: El dilema del prisionero
Nota: Cada jugador hace una elecci6n cooperativa o competitiva. La cifra situada a la izquierda, en cada columna, indica las recompensas logradas por el jugador número 1, mientras la cifra de la derecha se refiere a las obtenidas por el jugador número 2. La estructura de la matriz es tal que el resultado de la competición individual, cuando el otro jugador coopera, es mayor que el obtenido de la cooperación conjunta que, a su vez, es mayor que el derivado de la competición conjunta, el cual es superior al obtenido de la cooperación individual, cuando el otro jugador compite. Las cantidades absolutas reseñadas figuran a título de pura ilustración.

Elecciones de 1 jugador n°. 2
Cooperación Competición
Elecciones del Cooperación 3.3 1.4
jugador n°. 1 Competición 4,1 2,2

En el que la estructura de recompensas está bien definida. Los mismos investigadores no lo pensaron así porque, desde los primeros hallazgos, 20 años antes, habían estado preocupados por el descubrimiento de factores que aumentasen el nivel de cooperación. Ha surgido un campo de investigación sobre los TMdilemas soclalesw (DAwEs, 1980), muy próximo a éste, cuyo supuesto básico o raison d’ótre es la patente ausencia de cooperación entre las personas cuando ésta resultaría en beneficio de todos.
Se han descubierto varios factores que incrementan el nivel de cooperación en escenarios de motivo mixto. La solución predominante ha consistido en manipular, más o menos directamente, la relación social y psicológica entre los Jugadores para promover una orientación cooperativa mutua. Algunas de las principales variables incluidas en este contexto son:

1. Instrucciones explícitas para adoptar una orientación cooperativa, en vez de otra competitiva o individualista (p.ej., instrucciones para actuar como soclos, “tener presente el bien común”, etc., frente a instrucciones dirigidas a ganar más que el otro o tanto como sea posible para uno mismo, sin prestar atención al otro);
2. grado de comunicación, contacto cara a cara o interacción social anticipada entre los jugadores;
3. grado de proximidad social (p.ej., Intimidad, amistad, etc.) entre los jugadores;
4. grado de semejanza percibida entre los jugadores, o medida en que comparten la pertenencia a un grupo o grupos;
5. experiencia de un destino común compartido (como en un período de pérdida conjunta a causa de la competencia mutua) o de una amenaza mutua compartida (enemigo común, competición intergrupal); a este respecto (y para provocar la semejanza percibida), puede ser Importante la estrategia de “devolver la pelota, según la cual cada jugador repite la elección precedente del otro, pues enseña, entre otras cosas, que los jugadores se salvarán o se hundirán juntos (PRUITT y KIMMEL, 1977);
6. la medida en que las elecciones se hacen en un escenario público compartido (un campo psicológico mutuo compartido, como lo denominaría ASCH), frente al anónimo y privado: en una alternativa a la interdependencia positiva como explicación de la conducta y, por eso mismo, es dudoso que las respuestas “cooperativas” manifiestas, motivadas por el propio beneficio personal, puedan considerarse, en sentido estricto, cooperación en un auténtico sentido social o psicológico. Por tanto, incluso en estos escenarios, es probable que la transformación de la cooperación manifiesta en cooperación “psicológica” genuina dependa de la formación del grupo. WILs0N y colaboradores (p.ej., WILSON, CHuN y KAYATANI, 1965; WILS0N y KAYATANI, 1968) aportan datos pertinentes a este respecto. En una serie de estudios, compararon las elecciones en el JDP de los miembros del mismo equipo jugando entre ellos con las respuestas dadas por los mismos equipos jugando con otros.

Los equipos eran de corta duración, basados en la asignación de los Individuos efectuada por los experimentadores y no eran de gran significación para sus miembros (había alguna interacción social entre los miembros del equipo al decidir sus elecciones conjuntas en los ensayos interequipos) y la estructura de la matriz de recompensas era idéntica en ambos tipos de ensayo. Sin embargo, las elecciones cooperativas intragrupales eran aproximadamente el doble (en torno al 60 %) de las intergrupales. Esta diferencia indica que la pertenencia al mismo grupo puede inducir la cooperación con relativa independencia de la estructura objetiva de recompensas de la situación (la pertenencia a distintos grupos parece llevar a las personas a comportarse de forma más competitiva, p.ej., McCALLuM, HARRING, GILMORE, DRENAN, CHASE, INSKO y THIBAUT, 1985).

Los datos recogidos a partir de la Investigación sobre el conflicto intergrupal (BREWERP 1979; DION, 1973, 1979; DOlSE, 1971a; TURNER, 1981 b; WORCHEL, 1979, 1985) constituyen otra línea Importante de pruebas relativas a esta conclusión, que parecen demostrar que la formación de Identificaciones sociales endogrupales exogrupales, o identificaciones sociales superordenadas puede ser más importante para el desarrollo de la competición o de la cooperación intergrupal, respectivamente, que la simple existencia de intereses conflictivos o cooperativos, como pensaba SHERIF.

Podemos concluir que la cooperación social no surge directamente de la búsqueda del propio beneficio IndMdual. Parece depender de la conversión de un conjunto de individuos en algo que podemos llamar unidad psicológica conjunta o colectiva.

Influencia social y dependencia informativa
Los psicólogos sociales distinguen dos tipos de influencia. Utilizando la terminología de DEIITSCH y GERaRD (1955) —véase un resumen de las Ideas al respecto en JaNES y GERARD (1967) —, hay una influencia informativa que representa la aceptación de las respuestas de los demás (creencias, opiniones, actitudes, etc.) como evidencia acerca de la realidad y que conduce al cambio privado de actitud, y una Influencia normativa definida como la conformidad con las expectativas positivas de los otros basada en el deseo de aprobación social y en la evitación del rechazo. El primer proceso refleja la dependencia de los demás para reducir la incertidumbre y el segundo, la dependencia de los otros para conseguir recompensas extrínsecas y evitar costos. Sólo la Influencia Informativa se considera “verdadera’ influencia (es decir, lleva a la aceptación privada y al auténtico cambio de actitudes y opiniones con el fin de actuar do modo correcto, en oposición al mero “seguir la corriente” del grupo, sin convicción, para evitar el ridículo y otras sanciones).

La Influencia normativa representa la conformidad pública, o sea, conformidad “estratégica” o ‘táctica’ en la conducta manifiesta o en las palabras, sin que tenga por qué Ir acompañada de creencia alguna sobre la corrección de lo que se hace o dice.
La teoría de la Influencia verdadera o informativa (derivada del núcleo central de Ideas y de la obra de SHERIF, 1936; FESTINGER, 1950, 1954; DEuTSCH y GERRRD, 1955; THIBAUT y STRJCKLAND, 1956; JaNES y GERARD, 1967, y otros) puede resumirse en estos tres puntos:
1. Se da por supuesto que la incertidumbre subjetiva (falta de confianza en la validez objetiva de las propias creencias, opiniones, actitudes, etc.) es producida por una interacción asoclal entre el aparato perceptivo del perceptor y las características objetivas del mundo estimular: cuanto más ambiguo, complejo, problemático, desestructurado, desde el punto de vista objetivo, sea el campo estimular, mayor será la incertidumbre del Individuo y su necesidad de información para reducir esa incertidumbre;

2. La necesidad de reducir la incertidumbre en una situación dada conduce a la dependencia informativa de los demás (dependencia social), y
3. La dependencia informativa conduce a la aceptación de la influencia que proviene de los otros (de ahí) el movimiento hacia los otros o conformidad) en la medida en que se perciba que las respuestas de los otros proporcionan evidencia/información sobre la realidad objetiva.

Los experimentos de SHERIF (1936) sobre la formación de normas utilizando el efecto autocinético (véase el Capítulo Primero) pueden considerarse como la demostración clásica de esta teoría.
Hemos de recordar que los sujetos están en una situación ambigua 1 desde el punto de vista objetivo (deben estimar el movimiento ilusorio de un punto de luz en una habitación completamente a oscuras), y que sus juicios convergen poco a poco en un recorrido modal de estimaciones (más o menos, al promedio de sus recorridos personales iniciales). Parece como si los sujetos emplearan sus propias respuestas y las de los demás como fuentes de información sobre el movimiento de la luz, deslizándose, por tanto, hacia el acuerdo unánime, como si intercambiaran información de manera Implícita. El “marco de referencia” compartido resultante se interpreta como la emergencia de una norma social interiorizada y el comienzo de la formación de un grupo psicológico. Al menos, así se suelen entender éstos y otros estudios relacionados con ellos. Pero, ¿es válida esta interpretación?
No hace mucho que MOSCOViCI (1976) criticó de manera contundente la doctrina de la dependencia en relación con la influencia en sus vanadas formas. Señala que la idea de que la influencia surge de la dependencia de los otros (sea para reducir la incertidumbre o para conseguir aprobación) la equipara al ejercicio del poder, según el cual quienes “lo tienen” de modo unilateral cambian a quienes “no lo tienen”. Niega que la conformidad sea siempre sumisión a la mayoría (los poderosos, la autoridad, los expertos) y, por ejemplo, en su Investigación, demuestra que una minoría coherente puede Influir y cambiar a la mayoría de los miembros del grupo.

Como, por definición, la minoría “depende” más de la mayoría que al revés (en relación con la cantidad de información disponible y con el poder de premiar y castigar), afirma que la influencia y la innovación de la minoría (y, de modo más general, el cambio social) constituyen la evidencia en contra de la teoría dominante. Su crítica general es Irresistible y ha influido mucho para socavar la credibilidad de la teoría de la dependencia Informativa (lo que no significa que apoyemos sin reservas a su propia teoría de la Influencia minoritaria). No trataremos de resumir el conjunto de la crítica de Moscovici, pero sí pondremos de manifiesto algunas de sus intuiciones sobre los problemas teóricos que nos planteamos aquí

Para evaluar la teoría convencional, conviene tomar en consideración los dos paradigmas mejor conocidos e influyentes en la Investigación sobre la conformidad social: los de SHERIF y AScH. El estudio de conformidad de ASCH (1952, 1956) puede considerarse como una contrastación directa de la hipótesis del continuo de realidad física subyacente a la “validez subjetiva” (confianza en la validez objetiva, corrección, adecuación, etc., de las propias respuestas) de FSTINGER (1950, 1954). Según FESTINGER, la dependencia con respecto a la contrastación de la realidad social para evaluar las propias respuestas (es decir, la dependencia con respecto a la comparación social y a la “validación consensual”: compararse con otros y buscar su acuerdo como forma de corroborar la corrección de los propios puntos de vista) surge y adquiere importancia sólo en la medida que no existen medios físicos, no sociales, de contrastación, en otras palabras, en la medida en que la situación estimular resulta objetivamente más ambigua, desestructurada o problemática. Así, cuando el estímulo a juzgar no es ambiguo, de forma que las contrastaciones perceptivas directas proporcionan resultados Inequívocos, no habrá dependencia con respecto a la comprobación de la realidad social ni necesidad de validación consensual.

En el experimento de ASCH se da exactamente esta situación.

En este paradigma, los sujetos hacen juicios sobre estímulos físicos sencillos: se les muestran líneas de diferente longitud impresas en tarjetas y deben Indicar en cada ensayo cuál de las tres líneas que constituyen el estímulo es igual a la línea de muestra que se les presenta. Los estímulos están seleccionados de modo que, en la situación de control, en la que los Individuos juzgan por sí mismos, la tarea es tan sencilla que, en la práctica, nunca hay errores y los sujetos no muestran Incertidumbre alguna sobre la corrección de sus respuestas. En la condición experimental, en la que el sujeto ingenuo se enfrenta en los ensayos críticos a las respuestas “obviamente Incorrectas” de una mayoría unánime de sus (supuestos) compañeros, en cuanto compañeros de experimento (pero, de hecho, confabulados con el experimentador), cualquiera que sea el Impacto ulterior producido por este desacuerdo, no debería poner en marcha ningún proceso auténtico de influencia informativa.

Por eso, la conformidad, en el paradigma de AscH, se suele interpretar como conformidad pública, de manera que, quienes ‘se rinden’, están movidos por el miedo al ridículo, por una resistencia a aparecer como diferentes del grupo. Sin embargo, los datos de que disponemos muestran que la cuestión es más compleja.

Es de dominio público que alrededor del 33% de las respuestas en los ensayos críticos suelen ser conformistas. Lo que no se reconoce con tanta facilidad es la abrumadora evidencia de que, incluso cuando algún componente de la conformidad conductual representa sumisión, los procesos de Influencia informativa también actúan en los sujetos que parecen perder su seguridad ante el desacuerdo de sus iguales. ASCH informa, a partir de entrevistas postexperimentales, que los sujetos se preocupan pronto por la cuestión de quién está en lo cierto, si ellos o el grupo, que la inmensa mayoría (aun siendo de conducta Independiente) experimenta incertidumbre y duda en algún momento acerca de si están en lo cierto (alrededor del 70% menciona esta cuestión de modo explícito), busca de qué modo podría tener razón el grupo y empieza a pensar que algo le falla (el 40% manifiesta que ha pensado que le falla la vista). Es más, esta Incertidumbre está relacionada con la conformidad. Los sujetos que ‘se rinden’ manifiestan más dudas acerca de la corrección de su elección y del fallo visual que los sujetos ‘independientes’. Por tanto, el hecho de que la mayor parte de las personas no se someta, en sentido conductual, no indica que el grupo que escoge de manera Incorrecta carezca de fuerza persuasiva, informativa, sino que los sujetos ingenuos, en último término, no han sIdo persuadidos, pero tratan por todos los medios de ver las cosas desde el punto de vista del grupo, de ser persuadidos, pero, en efecto, no pueden cambiar lo que ven y, honestamente, no pueden mostrarse de acuerdo.
Por tanto, en el paradigma de ASCH, la conformidad se relaciona con la sensación de estar acertado o equivocado. No ocurre que, a sabiendas de que la mayoría está “obviamente’ equivocada, las personas se sometan con el único objetivo de conseguir la aprobación y evitar el rechazo. Incluso el miedo al ridículo, a quedar desplazado, se relaciona con la duda sobre sí mismo surgida en la situación: cuando las personas comienzan a dudar de sus capacidades, a preocuparse de si el grupo está equivocado y de si hay algo en ellos que no funciona de modo adecuado, empiezan a

Conclusión
Esta breve revisión do la categorización social y Ja formación del grupo, la cooperación social y la influencia social conduce a algunas conclusiones convergentes a partir de las tres áreas.

Primero, ni teórica ni empíricamente el grupo es un concepto superfluo; por el contrario, las relaciones sociales que supuestamente explican la formación del grupo parecen basarse, al menos en parte, en él. Segundo, las relaciones de cohesión, cooperación e Influencia pueden no ser en absoluto interpersonales, en sentido teórico, pues, en determinadas condiciones, la percepción de los otros como miembros del grupo, más que como personas únicas y distintas, parece ser una precondición de esas riacIones. Tercero, en vez de ser el grupo, por tanto, el producto de las relaciones Interpersonales, puede ser más adecuado reconceptualizar la formación del grupo como proceso socio-psicológico adaptativo que hace posibles la cohesión, cooperación e influencia sociales.

La significación funcional o adaptativa de un mecanismo de este estilo no es difícil de captar. Por ejemplo, en vez de surgir la formación del grupo cohesivo de la consecución satisfactoria de los objetivos grupales (teoría convencional), tendría tanto o más sentido que la formación del grupo produjera directamente solidaridad, cooperación y unidad de acción y valores, de manera que la consecución satisfactoria de los objetivos compartidos se hiciese más probable. En efecto, hay pruebas, como veremos, de que no existe una relación sencilla entre el éxito del grupo respecto a la consecución de sus objetivos y la recompensa obtenida por sus miembros y su cohesividad. Fracasos, derrotas, privaciones, etc., también incrementan a veces la cohesMdad del grupo, pudiendo suponer que actúan como base para la futura acción colectiva.

Estas conclusiones conducen sin remedio a dos cuestiones relacionadas: ¿mediante qué procesos produce, o podría producir, la formación del grupo estos efectos?, ¿y cómo tiene lugar la formación del grupo psicológico si no es sobre la base de la interdependencia interpersonal? La teoría de la categorización del yo o de la identidad social, expuesta en el siguiente capítulo, se desarrolló para tratar de proporcionar respuesta a estas preguntas.

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